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FÉLIX, TRANSMISOR DE LA HISTORIA

 

"Nosotros perdimos la patria. Tengo las raíces en otro lado"

 

Félix Fernández nació en Albacete en 1937. Es hijo de uno de los soldados republicanos que lucharon en el frente de Piñuécar-Gandullas. El día 8 de junio de 2017 fue al pueblo de Madarcos y habló con los estudiantes del Máster en Arqueología y Patrimonio de la Universidad Autónoma de Madrid y les dio el testimonio sobre su vida en el exilio y la de sus antepasados. Hoy es un testigo directo de la Historia, cuyas palabras no pueden dejar de ser contadas.

Cuando acabó la guerra, el padre de Félix tuvo que exiliarse, primero a un campo de concentración en Francia y, después, a México. Desde ese momento, y hasta 1947, Félix vivió con Pilar, su madre y sus abuelos maternos. En ese periodo fue a dos escuelas diferentes y todavía recuerda algunos momentos de su niñez. Se acuerda de la tienda de guantes en la que trabajaba su madre y de jugaba a las “breas” con sus amigos en el madrileño barrio de Delicias. También aprovechaban los terrenos baldíos. Se unían barrio contra barrio y recreaban la guerra lanzándose piedras. Un momento que quedó grabado en su memoria fue cuando sus abuelos le dijeron de jugar con un niño vestido de falangista. Félix se negó por la ropa que llevaba el niño y sus abuelos le dijeron que iba vestido así porque había perdido a su padre durante la guerra. Ante ello, Félix respondió:

“A mí me da igual. Porque por su padre y otros como el suyo, yo no tengo el mío”.

También guarda los buenos momentos con su tío, un médico que trabajaba en Sorihuela (Salamanca). De este modo, el joven Félix pasó sus primeros años a caballo entre Madrid y Sorihuela, viajando en tren debido a que su abuelo materno era trabajador en la RENFE. Sin embargo, cuando tenía diez años, su madre le dijo que irían a vivir a México para reunirse con su padre. Todo ello sin preguntarle.

“Decidieron de mi destino. Era sólo un niño.”

Aunque sus abuelos le dieron la opción de quedarse con ellos en España, Félix no quería separarse de su madre y se marchó con ella. Era noviembre de 1947. Tras cruzar el Atlántico, hicieron una primera parada en Cuba. En el puerto, conocieron a una señora que los acogió durante los días que estuvieron allí, cuatro o cinco días para sacar el “trámite de entrada” a México. Les llevaron a cenar y les enseñaron la isla. Tal fue el cariño que le cogieron a Félix que incluso quisieron adoptarlo, pero él nunca quiso separarse de su madre. Al conseguir el trámite, Félix y su madre tomaron un avión hacia México.

Ya allí, ambos se reunieron con el padre de Félix, que también se llamaba Félix Fernández. Todavía recuerda la sensación tan difícil de conocer a su padre con diez años, llegando a sentir rechazo en los primeros momentos. Fue en ese nuevo hogar donde conoció a Max Salomon. Ya había oído hablar de él, incluso sabía que su madre se había enfadado con su padre por el hecho de que hubiera llevado a México a Max antes que a ellos. A partir de ese momento, Max y su familia se vuelven parte de la vida de Félix hijo, incluso llegó a trabajar con él en la ferretería que abrió en México. También le regaló dos monedas de oro el día de su boda. Así fue hasta la muerte de Max a finales de la década de los 60.

Desde entonces, Félix y su familia vivieron en México. Estudió económicas, se casó y formó una familia allí, aunque España siempre estuvo muy presente en sus vidas, estando muy en contacto con otros exiliados republicanos. Félix estudió con ellos e incluso formó parte de diversos grupos de jóvenes comunistas. No obstante, no pudo volver a España hasta 1975. Antes no pudo porque no había hecho la mili y fue declarado prófugo. Ante esta situación, Félix comentó:

“Imagínese. ¡Qué contradicción! Me echan y me declaran prófugo”.

A partir de entonces ha visitado España en varias ocasiones. En una de ellas, visitó la Peña del Alemán y dijo que había conocido a Max Salomón. Desde ese momento, ha ido recopilando información y el 8 de junio de 2017 decidió contarlo todo, no solo la historia de Max, sino también la suya propia. Todo ello le ha convertido en un gran exponente testimonial, un auténtico tesoro de un pedazo de la Historia.

En cuanto a Max Salomon, todo el mundo pensaba que había entrado a España con las Brigadas Internacionales. No obstante, la realidad era otra. Nació en la Lorena, una región siempre en disputa entre Alemania y Francia, y combatió en la Primera Guerra Mundial. A pesar de que era un judío laico, el creciente antisemitismo en Europa lo obligó a marcharse en busca de nuevas oportunidades. De este modo, llegó a España alrededor de 1920.

Se estableció en Madrid y abrió una ferretería en la zona del Museo del Prado. También contrajo matrimonio con una mujer del País Vasco llamada Concha. Fue en esa ferretería donde conoció a Félix Fernández padre. Éste era un muchacho que le pidió trabajo. Max, tras una prueba, se dio cuenta de las aptitudes de Félix y lo contrató. Desde ese momento, fueron inseparables durante el resto de sus vidas. Tal fue la confianza entre ambos, que Max le pidió a Félix que lo tratara “como a un padre”.

Sin embargo, en verano de 1936, el fallido golpe de Estado supuso el inicio de la formación de los bandos que derivaría en la Guerra Civil. Apoyando los ideales del bando republicano, Max decidió ir a luchar. Al igual que muchos judíos que vinieron a combatir con las Brigadas Internacionales, Max sabía que la guerra que se avecinaba era un preludio para lo que iba a suceder en el resto de Europa en los años siguientes.

Pero no luchó sólo. Junto a él se alistaron los miembros de su ferretería, entre ellos Félix Fernández. Ya en el frente, ambos combatieron en el frente del Parapeto de la Muerte, concretamente en el cerro Cabeza Velayos (Piñuécar-Gandullas). No obstante, debido a los contactos de Max, Félix Fernández fue destinado a otros lugares ya que el lugar era considerado como uno de los peores. Durante el tiempo que estuvo luchando, Max fue herido tres veces: dos en el pecho y una en la zona del muslo-escroto.

En una de ellas, los vecinos de Buitrago del Lozoya llegaron a decir: “han bajado al alemán y viene muerto”. A partir de este momento, el cerro Cabeza Velayos sería conocido como “Peña del Alemán” y se extendería el rumor de que Max Salomon había fallecido. Nada más lejos de la realidad, pues, a partir de ese momento, iniciaría su camino hacia el exilio.

Don Félix Fernández contando su historia en Madarcos. © Gabriel de Santa Ana

Ilustración recreativa de Max Salomon en la Peña del Alemán. ©  Julia Flores.

Firma de Max Salomon en una de sus cartas a Félix padre. © Félix Fernández

Max fue primero a Francia, donde fue interceptado y llevado a un campo de concentración. Tras un tiempo consiguió salir y coger un barco hacia República Dominicana junto con su esposa, hijos y sobrinos, ya que era uno de los pocos países que aceptaba la presencia de judíos. Tras trabajar un tiempo en una granja agrícola, la estancia de Max Salomon no estaba yendo como él esperaba, pues vivieron un periodo de hambre y penurias.

Mientras tanto, Félix padre también se dirigió a Francia, quedándose su esposa y su hijo (Don Félix) en Madrid. Pero al llegar allí le apresaron en otro campo de concentración. Max Salomon, que ya se encontraba en República Dominicana, tuvo noticia de su retención y se lo comunicó por carta a la familia de Félix. Desde entonces, la esposa de este se dedicó a enviarle cartas al campo, escritas en clave para que sólo él pudiera leerlas. En el campo de concentración, Félix se enteró de que México estaba acogiendo a republicanos españoles y, un año después, escribió a su familia desde allí. En la travesía por mar, el barco se detuvo en República Dominicana, donde Félix quería encontrarse con Max. Sin embargo, por orden del general Trujillo, no dejaron bajar a los pasajeros hasta llegar a México, dado que se negaba la entrada en el país a las personas que no fuesen a trabajar en el campo, que era la mano de obra que él requería.

Más tarde, Max escribiría a Félix sobre este episodio:

“No llores, porque has salido ganando. Esto es un infierno. Ahora es al revés. Yo te pido que me ayudes a ir a México”.

 

Tras llegar a México y sabiendo las condiciones en las que se encontraban Max y su familia en República Dominicana, Félix les facilitó la entrada en el país. Poco después, Félix hijo, con diez años de edad, y su madre también cruzaron el océano. 

Equipo de las prácticas del Máster con Don Félix en Madarcos. © Ángel Mora

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